España como tablero: polarización, manipulación y vulnerabilidad en la era digital

 

Por Rafael M. Pérez

Introducción: el tablero y las fichas

Imagina España como un tablero de parchís.
No hay siglas, no hay partidos. Solo colores: colorados, azules, verdes, morados...

Cada color avanza convencido de que el otro es el problema.
Cada color cree defender la verdad absoluta.
Y mientras las fichas chocan, se bloquean y se expulsan unas a otras, el tablero se llena de ruido, tensión y enfrentamiento.

La pregunta importante no es qué color tiene razón.

Antes, piensa en esto:

  • Cuando el debate se convierte en gritos o faltas de respeto, ¿quién deja de ser escuchado?

  • Cuando todo se reduce a “nosotros o ellos”, ¿qué espacio queda para el matiz y el pensamiento crítico?

  • Cuando reaccionas con enfado antes de pensar, ¿estás decidiendo… o reaccionando?

Ahora una más incómoda:

  • Si todos los colores pierden capacidad de diálogo,

  • si la sociedad se fragmenta,

  • si la atención se consume en conflictos constantes,

¿quién no está discutiendo mientras tanto?

¿Quién observa el tablero sin levantar la voz?
¿Quién no necesita convencerte, sino solo mantenerte enfrentado?

Y la última, quizá la más difícil:

  • Si nadie gana realmente en la confrontación permanente,

  • pero esta se repite una y otra vez,

¿de verdad es un error… o cumple una función?

Porque en el mundo digital actual, la polarización no es solo una consecuencia política.
Es, cada vez más, una herramienta.

Y no una herramienta inocente.

Cuando una sociedad se fragmenta:

  • deja de pensar en conjunto,

  • pierde referencias comunes,

  • se vuelve emocionalmente reactiva,

  • y acepta narrativas simples para realidades complejas.

En ese estado, el ciudadano ya no es un actor crítico, sino una ficha predecible.

La polarización no solo moviliza votos.
Reduce la capacidad de cuestionar, normaliza el conflicto permanente y desplaza la atención de lo estructural hacia lo identitario.

No hace falta asumir un plan secreto para entenderlo:
basta con observar los efectos.

Una sociedad dividida:

  • es más fácil de dirigir,

  • más fácil de distraer,

  • y más fácil de influir.

Por eso, más que un daño colateral, la polarización empieza a parecer un objetivo en sí mismo.
No necesariamente para imponer una verdad, sino para impedir que exista una compartida.

Y cuando la realidad deja de ser común,
el tablero ya no pertenece a quienes juegan sobre él.


Qué es realmente la polarización (más allá de la política)

La polarización no consiste simplemente en tener opiniones distintas. Eso es normal en cualquier sociedad plural.

La polarización aparece cuando:

  • el mundo se divide en nosotros y ellos,

  • el matiz desaparece,

  • la identidad se fusiona con la opinión,

  • y todo lo que queda fuera del propio relato se etiqueta como “mentira”, “manipulación” o “enemigo”.

Desde un punto de vista psicológico, la polarización es rigidez cognitiva emocionalizada.
No se trata de pensar diferente, sino de no poder pensar de otra forma sin sentir amenaza.


La psicología de la manipulación: cuando se redefine la realidad

Uno de los mecanismos más peligrosos de la polarización moderna no es convencer al ciudadano, sino redefinir el marco de lo real.

Cuando un color consigue que su narrativa sea percibida como la única válida:

  • surge la duda constante,

  • se instala el miedo a estar siendo engañado,

  • aparece la incertidumbre permanente,

  • y se erosiona la capacidad de distinguir hechos de opiniones.

Todo lo que contradice el discurso propio deja de ser simplemente distinto y pasa a ser sospechoso.

Este estado psicológico no genera certezas, sino desconfianza generalizada.
Y una sociedad desconfiada es una sociedad fácil de dividir y difícil de cohesionar.


Tecnología y polarización: el amplificador perfecto

Las plataformas digitales no crean la polarización, pero la amplifican, aceleran y normalizan.

Los algoritmos optimizan atención, no verdad.
Y la atención humana responde mejor a:

  • enfado,

  • miedo,

  • indignación,

  • agravio.

Diversos estudios europeos han mostrado que el contenido emocional extremo tiene entre 2 y 3 veces más probabilidades de ser compartido que el contenido neutral o matizado.
No porque sea más verdadero, sino porque activa más rápido.

El resultado es un entorno donde:

  • los mensajes extremos se viralizan,

  • los discursos complejos desaparecen,

  • y la percepción colectiva se distorsiona.


Caso 1: segmentación emocional y polarización digital

El caso de Cambridge Analytica (2016) marcó un punto de inflexión.

El uso de datos de comportamiento permitió segmentar mensajes políticos por perfil psicológico, no solo por ideología:

  • miedo  mensajes de amenaza,

  • enfado  mensajes de agravio,

  • inseguridad  mensajes identitarios.

El objetivo no era persuadir racionalmente, sino activar emociones que reforzaran posiciones previas.

Este caso dejó una lección clara:
la manipulación política moderna es emocional y psicológica antes que ideológica.


Caso 2 (europeo): desinformación y erosión de la confianza

En varios países europeos -especialmente en contextos electorales- se han documentado campañas de desinformación cuyo objetivo no era apoyar a un actor concreto, sino debilitar la confianza en el sistema en su conjunto.

El patrón se repite:

  • mensajes contradictorios,

  • narrativas extremas amplificadas desde distintos lados,

  • dudas constantes sobre la legitimidad de procesos e instituciones.

El Servicio Europeo de Acción Exterior ha advertido en varios informes que estas campañas no buscan convencer, sino confundir y polarizar, porque una sociedad que desconfía de todo responde peor colectivamente.


Caso español: desinformación y polarización en contexto nacional

En España, la polarización digital no es un fenómeno abstracto ni importado: se ha manifestado de forma clara en distintos momentos recientes.

Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, plataformas como WhatsApp y Telegram se convirtieron en vectores masivos de desinformación. Circularon bulos sobre vacunas, medidas sanitarias y supuestas conspiraciones, muchas veces envueltos en un lenguaje emocional extremo: miedo, indignación, sensación de engaño.

Estos mensajes compartían varios rasgos:

  • tono urgente,

  • apelación a “información que no quieren que sepas”,

  • deslegitimación preventiva de fuentes oficiales (“los medios mienten”, “el gobierno oculta”).

El efecto no fue solo sanitario, sino psicológico y social:
incremento de la desconfianza, ruptura del consenso básico y refuerzo de identidades enfrentadas.

De forma similar, en procesos electorales recientes, se han detectado campañas de desinformación y narrativas polarizantes amplificadas artificialmente en redes sociales, donde el objetivo no parecía ser convencer al votante indeciso, sino radicalizar posiciones y deslegitimar al adversario.

No se trataba tanto de ganar el debate, sino de romper el terreno común.


Dato cuantitativo: confianza y desinformación en España

Los datos refuerzan esta percepción.

Según estudios recientes del Reuters Institute y del CIS, España se encuentra entre los países europeos con menor nivel de confianza en los medios de comunicación:

  • Menos del 40 % de los ciudadanos afirma confiar habitualmente en las noticias que consume.

  • Más del 70 % declara haberse encontrado con información falsa o engañosa online en el último año.

  • Una mayoría significativa reconoce dificultades para distinguir información fiable de desinformación, especialmente en redes sociales y mensajería privada.

Este contexto crea un entorno especialmente fértil para la polarización:

  • si no se confía en nada,

  • o solo se confía en “los míos”,
    la manipulación se vuelve más sencilla.


Polarización como riesgo estratégico: más allá de la política

Aquí es importante elevar la mirada.

La polarización no debería analizarse únicamente como un problema político o mediático, sino como un riesgo sistémico con implicaciones claras para la seguridad nacional.

Desde una perspectiva estratégica:

  • Empresas: entornos polarizados aumentan la exposición a fraudes, campañas de desinformación corporativa y ataques reputacionales.

  • Instituciones: la desconfianza dificulta la gestión de crisis, reduce la eficacia de la comunicación pública y erosiona la legitimidad.

  • Ciudadanos: mayor vulnerabilidad a la ingeniería social, la manipulación emocional y la radicalización informativa.

Una sociedad polarizada es:

  • más reactiva,

  • menos cohesionada,

  • y menos resiliente frente a amenazas híbridas.

En el contexto actual, donde los conflictos ya no son solo militares o económicos, sino informativos y psicológicos, la polarización interna se convierte en una superficie de ataque.

Caso 4: deepfakes y la fragmentación de la realidad

El avance de deepfakes y contenido audiovisual manipulado introduce una amenaza adicional.

Cuando ya no se puede confiar ni en lo que se ve o se oye:

  • la verificación se vuelve lenta,

  • la reacción emocional se adelanta al análisis,

  • y se normaliza la idea de que “todo puede ser mentira”.

Esto refuerza uno de los efectos más dañinos de la polarización:

la pérdida de una realidad compartida.

Cada color acepta solo aquello que refuerza su relato y rechaza el resto como manipulación.


Polarización y ciberseguridad: el mismo patrón

Aquí aparece una conexión clave:

Una sociedad polarizada es una sociedad más vulnerable digitalmente.

Porque la polarización:

  • reduce la pausa reflexiva,

  • aumenta la impulsividad,

  • refuerza los sesgos,

  • y normaliza la reacción emocional.

Exactamente los mismos principios que explota la ingeniería social en ciberseguridad.

Phishing, desinformación y manipulación digital funcionan porque activan emociones antes que pensamiento.
La política polarizada hace lo mismo, pero a escala social.


Dimensión geopolítica: una sociedad dividida es una sociedad débil

Desde una perspectiva estratégica, la polarización interna:

  • debilita la cohesión social,

  • erosiona la confianza institucional,

  • reduce la capacidad de respuesta colectiva.

No es necesario que un actor externo cree la división.
Basta con explotar una fractura existente.

Una sociedad enfrentada consume su energía hacia dentro y pierde capacidad de acción hacia fuera.


Consecuencias reales

Los efectos acumulativos son claros:

  • cansancio social,

  • desafección política,

  • pérdida de confianza interpersonal,

  • dificultad para distinguir información fiable.

Según encuestas europeas recientes, más del 60 % de los ciudadanos afirma no confiar plenamente en la información política que consume online, incluso cuando procede de fuentes supuestamente fiables.

Ese es el verdadero daño:
no creer en nada… o creer solo en lo propio.


¿Cómo puede protegerse el ciudadano?

La defensa frente a la polarización no es ideológica, es cognitiva.

Algunas pautas simples pero eficaces:

1. Pausa crítica

Si un contenido te genera enfado inmediato o urgencia, detente.
La emoción intensa es una señal de manipulación potencial.

2. Separar identidad de opinión

No toda crítica a una idea es un ataque personal.
Cuando la identidad se fusiona con la opinión, se pierde capacidad de análisis.

3. Verificación mínima

No hace falta investigar como un experto.
Basta con preguntarse:

  • ¿quién gana si comparto esto?

  • ¿qué emoción intenta activar?

4. Alfabetización digital básica

Entender que:

  • los algoritmos priorizan emoción,

  • la viralidad no implica veracidad,

  • y el conflicto vende.


 Reflexión final: quién mueve realmente las fichas

En el tablero, las fichas avanzan, retroceden y chocan.
Pero no deciden las reglas del juego.

Mientras los colores gritan, alguien observa cómo el tablero se fragmenta.

Quizá la pregunta que debes hacerte no sea qué color eres, sino esta:

¿Estás jugando… o te están jugando?

Porque una sociedad que no entiende cómo se la polariza es una sociedad predecible, manipulable y vulnerable.

Y en la era digital, eso no es solo un problema político.
Es un problema de seguridad, resiliencia y futuro colectivo.


rafaelmperez.com | codebyRalph

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